Finales de 1944, la Segunda Guerra Mundial aún no llegaba a su fin y las fuerzas norteamericanas empezaron una serie de intensos bombardeos contra las ciudades más grandes de Japón como Osaka, donde se llegaron a contar cerca de 10 000 civiles muertos. Tezuka tenía 16 años, él junto a sus compañeros fueron movilizados a Osaka para trabajar en un arsenal del ejército japonés.
En esos años, el dios del manga era constantemente reprendido por sus superiores, pues se la pasaba dibujando cómics en lugar de hacer su trabajo y un día su castigo consistió en subir a la torre de vigilancia para avisar si veía a los bombarderos B-29 de los Estados Unidos. No obstante, cuando empezó la alarma del ataque aéreo, no tuvo tiempo de bajar quedando expuesto en una de las edificaciones más altas de la fábrica.
Entonces, una bomba cayó en el techo a dos metros de él y Tezuka cayó gritando de lo alto de la torre, pero milagrosamente logró sobrevivir. El futuro mangaka describe que el suelo y las casas de los alrededores estaban en llamas y del cielo caía una lluvia de hollín. En medio del caos, el chico decidió subir a la ribera del río Yodogawa y pudo apreciar los enormes cráteres donde habían caído las bombas y los cuerpos calcinados que se podían distinguir unos encima de los otros.
Esta terrible experiencia junto con otras más son recogidas en la obra autobiográfica de Tezuka Osamu, Kami no Toride (Paper Fortess), publicada entre 1970 y 1977, una década clave para el discurso crítico a la guerra en el manga.
Por esos años, según Jean Marie Bouissou, muchos autores de la generación del también animador japonés, crearon obras en las que mostraban su decepción ante los adultos qué habían decidido llevar a su país a un estado bélico y albergaban esperanzas en la juventud que podía cambiar el futuro. Tetsuwan Atomu del mismo Tezuka es un ejemplo de esta corriente y de la profunda importancia para el mangaka de los temas de la defensa de la paz y la condena a la guerra.